lunes, 22 de diciembre de 2008

A este lado del Mundo

Julio Cesar Paredes Ruiz (*)

A estas alturas de nuestra actual situación política, si preguntáramos a algunos de sus representantes sobre el futuro del Estado Boliviano y su sistema de gobierno, tendríamos obvias respuestas dirigidas hacia la Constituyente, sus atribuciones, posibilidades y oportunidades para refundar el país, amén de justificaciones por cierto rechazo de parte de los pueblos originarios e indígenas hacia el actual Estado, considerado como un producto impuesto por el coloniaje, y una República que en definitiva no satisfizo sus necesidades e intereses.
Pero algo innegable -dentro de cualquier enfoque-, es considerar el largo avance histórico en pos de reivindicaciones sociales y económicas, con una -cuestionable o no- reformada Constitución Política de visión social más justa, con Leyes específicas dirigidas mayormente a los pueblos originarios e indígenas. Sus resultados, si bien no motivaron un total contento, y en varios casos ocasionaron movilizaciones de distintos sectores, en cambio sí propiciaron un importante grado de participación social de mayorías antes marginadas a límites inconcebibles e inhumanos.
Pero el Estado actual no puede tampoco desechar del imaginario étnico, especialmente de muchos sectores de Tierras Altas u Occidente, esa clara convicción de no pertenencia a una “Nación Boliviana” que intenta integrarlos a como dé lugar a su sistema y jurisdicción. Y siendo éste uno de los principales macro problemas a nivel de integración socioeconómica y territorial, la presión social sobre los demás sectores por tanto, se advierte diariamente en el acontecer vital de las principales ciudades y en la construcción cotidiana de su realidad social, edificada con millones de actitudes individuales y colectivas, creadoras a su vez de respuestas mitificadas, sincretizadas, simples o complejas, de apoyo o repudio, sumisas, ingenuas o impotentes, de parte de sus pobladores.
El tejido urbano de las ciudades, posee también un intrincado tejido ideológico, policromado por variadísimo mestizaje, producto no solamente de fusiones étnicas entre oriente y occidente de Bolivia, sino también por parte de inmigraciones extranjeras que, siendo minoría étnica cuantitativamente, su dinamismo y pujanza devinieron sin embargo en un poder conductor hasta hoy no aprovechado por el propio Estado, pese a estar éstos distribuidos en sus distintas esferas sociales compartiendo y participando de sus preceptos, jugando sus reglas, aceptando sus imposiciones, y proponiendo cambios dentro de moldes democrático-formales.
Asimismo, el denominado “Cholaje”, capa social gravitante, es hoy en día un gran sustentador de energía empresarial primaria no aprovechada, sumándose a ese mestizaje que, con políticas de conducción adecuadas, bien podrían nutrir un Estado con visión integracionista.
Estas minorías, a través de nuestra historia, de aporte español, árabe, alemán, judío, croata, serbio, ruso, italiano, francés o de otros países latinoamericanos y asiáticos, pudieron convivir y/o entremezclarse genética, cultural y paulatinamente en nuestra geografía con otros mestizos, aymaras, quechuas, guarayos, guaraníes, moxeños, negros o mosetenes, conformando una identidad sincretizada y diferente, bajo una misma bandera y una misma república, asimilando y asumiendo su dualidad de origen, y reinterpretándola con un imaginario tremendamente rico en expresiones culturales multifacéticas y reforzadoras del concepto de multiculturalidad.
La problemática integracionista tiene por tanto, filosas aristas que complican su positiva materialización. Sus principales escollos radican fundamentalmente en las concepciones y visiones culturales diferentes acerca de país y desarrollo, enfatizadas especialmente entre Oriente y Occidente, y a una insuficiencia histórica del Estado como factor de cohesión.
Y si aspiramos como ciudadanos por un Estado articulador, algunas acciones gubernamentales sin embargo, están conduciendo al país hacia lo contrario: las tendencias separatistas parecen renovarse a través de reclamos que, generalmente, superan toda capacidad negociadora oficial.
Bolivia siempre vivió en crisis, y su crecimiento económico y social dista de ser un crecimiento algo armónico o por lo menos prometedor de un aceptable futuro. Y esta situación se convierte también en mal endémico para esas clases medias y bajas que tributan, que resisten los embates de las malas situaciones, pero que reciben únicamente a través de las noticias, la información de que Bolivia avanza hacia su desarrollo. Lo que sí perciben, en piel propia, es la dificultad de vivir diariamente. Lo que aprenden, es a no ser más honrado ni obediente a las Leyes, porque delinquir puede ser un asunto de Estado: protegido y encubierto. Y porque vivir en un pedazo de tierra considerada suya porque la trabajó toda su vida y la hizo productiva, resultó también ser un delito, pasible a perderla.
Aunque tanto cúmulo de injusticia permita abrir las puertas de sentimientos separatistas y de desprecio a la denominada “nacionalidad boliviana” -como concepto y práctica de nacionalidad aglutinadora-, la fe por un país multicultural, rico por su variedad étnica y geográfica, esta sustancialmente plasmada y se la advierte, pese a todo, en sus pequeñas ciudades y pueblos, en olvidados cantones, capitanías y comunidades donde, con helados o calurosos amaneceres, entonan en humildes escuelitas, niños sin zapatos, de mandil raído, un himno nacional con un fervor que rasga el aire de cualquier indiferencia. Esa fe, se la encuentra en provincias empeñadas en logros productivos, pese a sus áridas tierras, a fin de auto impedirse una migración obligatoria en busca de mejor y digna vida. Se la advierte arrancando café o algodón, extrayendo goma o minerales, produciendo frutas, arreando ganado o clavando banderas bolivianas en olvidadas fronteras. Y, aunque no parezca, también se la encuentra en las miles de esperanzadas miradas, banderas y símbolos en mano, unidas por el gol que permita a la selección nacional representar a una parte de sus anhelos. La fe y esperanza por un país, se pueden vestir de ingenuidad inaudita, como cuando depositan los ciudadanos su voto en la urna, con la casi plena seguridad de que así cambiarán las cosas.
El concepto y deseo de integración son anhelos antiguos, pero son y serán por siempre, necesarios. Especialmente para un país cuyas principales contradicciones no son precisamente culturales, sino económicas, y sus diferencias culturales son precisamente eso: diferencias.
Un reinado de las diferencias, un Estado multicultural en armonía con todos sus elementos o sectores que lo componen, es indudablemente un reinado de la variedad en la unidad. Y uno de sus principales pilares identitarios y unificadores, se llama Justicia.
Hagamos de una vez una elección seria, definitiva, y contundente: o contribuimos, a partir de una Constituyente, a la estructuración de un Estado justo y fuerte en base a su variedad cultural, unificado por una sola doctrina de consenso, respetando derechos y aspiraciones de todos sus componentes, o nos perdemos en la historia distribuidos en fragmentos tercos e ignorantes, sin lugar ni derecho a ocupar y asegurar para las siguientes generaciones, un mínimo y digno futuro.

(*) El autor es Sociólogo, compositor y artista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario